Confianza
El músculo olvidado
No nos engañemos. Competir es una actividad altamente estresante.
Las personas que aman competir no están exentas de sufrir el típico estrés precompetitivo que precede cualquier participación deportiva.
Las personas que odian competir, simplemente tratan de alejarse lo máximo posible, en una conducta de evitación ciertamente cobarde, puesto que no les va a garantizar no tener que afrontarla en algún momento de su vida en otros ámbitos vitales (una plaza en una universidad, un trabajo, unas oposiciones,…).
En las competiciones deportivas, podemos encontrar ambas tipologías. Y estas no tienen nada que ver con factores de rendimiento. Puede ser que una persona sea muy competitiva y sea un atleta del montón o en el otro extremo, un deportista cabecero tenga un espíritu poco competitivo «a pesar de» los buenos resultados. En general sin embargo, sí que suele suceder que los ganadores tienen una relación poco traumática con las situaciones de enfrentamiento competitivas.
De ambas tipologías podríamos deducir que unos van a competir y otros van a participar. Pero verlo de este modo es muy reduccionista. Es blanco o negro. Y no es así. Normalmente suele ser una escala de grises que va del blanco al negro y que además tiene un carácter dinámico en función de cada persona, cada competición e incluso, cada instante de cada carrera según la percepción, las sensaciones, el entorno y mil factores más que influyen sobre el deportista y la actitud que toma en un momento puntual.
La resistencia es una cualidad física que se define por la capacidad física y psicológica para sostener una intensidad de esfuerzo durante el mayor tiempo posible. Competir en actividades de resistencia por tanto, requiere altas dosis de energía mental para poder superar sensaciones corporales desagradables y llevar el cuerpo al límite de su capacidad de rendimiento. Competir y en qué grado se hace (cuán negro es donde hemos situado nuestro selector) o participar puede marcar la diferencia a la hora de exprimir el rendimiento potencial que está alojado en nuestro cuerpo. Según los expertos alrededor del 10 % y en casos extremos de vida o muerte, se estima que mucho más.
Es pertinente pensar pues que un elevado nivel de competitividad es imprescindible para obtener buenos resultados. Y ya no tanto pensando en ellos en absoluto (una posición en una carrera) sino en relativo (un mejor registro personal). Por tanto, y al igual que entrenamos el cuerpo, ¿cómo se puede trabajar para obtener esa cualidad mental afín a la competición?
Algunos pensarán que es genético. Que el instinto feroz que tienen muchos competidores no se crea sino que viene de serie. Pero me gustaría pensar que no, que proviene de un aspecto superior: la confianza.
Para afirmarlo conviene fijarse en que el espíritu competitivo puede ser minado en situaciones de vulnerabilidad, en competiciones de nivel superior, frente a rivales de entidad, con ciertas lesiones latentes,… en definitiva, por una reducción de los niveles de confianza. Por ello, si se trabaja, se puede mejorar la competitividad y por ende, el rendimiento de un deportista.
En general, la confianza es una cualidad subestimada. Consideramos que es un atributo positivo pero no imprescindible. Y discrepo totalmente. Desde mi punto de vista es absolutamente necesario, tanto en el ámbito deportivo como en la vida en general.
Dada la complejidad del asunto me centraré por razones obvias en el primero, aunque si bien la transferencia a las otras facetas de la vida es obvia.
La confianza viene a ser como la chispa con la que todo empieza.
Ciertamente uno puede inscribirse a todo un Tor des Geants pensando que es complicado acabarlo, pero en su fuero interno, tiene la confianza y la esperanza que sí, o que al menos, vivirá durante un tiempo una buena experiencia en los espectaculares valles alpinos por los que discurre.
Esta confianza por tanto, nos impulsa a tomar decisiones que después marcarán nuestro día a día con un plan de entrenamiento mediante el cual, ganaremos más y más confianza (de nuevo) para ir más tranquilos a la competición y confiar (otra vez) en acabarla y disfrutarla. Estamos por tanto, delante de un círculo virtuoso basado en la confianza.
La confianza es también la diferencia entre estar realmente inspirado para realizar algo de forma excelente o probarlo con poco convencimiento y no alcanzar el objetivo.
Las buenas rachas de los deportistas, no son sólo una cuestión de suerte. ¡Es confianza! Y esto lo podemos ver por ejemplo como cuando el tenista libera su brazo y ejecuta sus mejores golpes mientras su rival sufre lo contrario y tiene trabajo para devolver los golpes. O el futbolista frente al portero lanzando un penalti. ¡Si hasta Leo Messi tiene dificultades para afrontar esa situación!
En este sentido, cuanto más técnico es un deporte, mayor importancia cobra la confianza para alcanzar el máximo potencial del deportista.
Gracias a la confianza también somos capaces de persistir cuando algo se tuerce y vamos hasta el final sin dejar a medias el objetivo.
Todos hemos tenido problemas digestivos en las ultras. Unos abandonan a la primera de cambio y otros toman decisiones para intentar superarlos y poder continuar posteriormente confiando que lo superarán y podrán volver al nivel previo a las molestias. O bien cuando uno pincha en el tramo de ciclismo de un Ironman. Ciertamente es mala suerte y probablemente no podrá hacer el tiempo previsto/deseable pero superar el trance y ver qué pasa después es algo que si abandona no va a saber nunca.
La confianza por tanto debe trabajarse igualmente como si de un músculo se tratara ya que nos permitirá ganar más rendimiento que las mejores ruedas de carbono, las zapatillas de Kilian o la mochila y las barritas de Núria. Pero, ¿cómo hacerlo?
En primer lugar hay que imaginarse (realista por favor) en la situación en que uno desea. Uno no puede alcanzar nada si primero no se lo imagina. Acabar una competición, estar luchando por las primeras plazas o incluso ganarla es fundamental para poner los cimientos de la confianza. Si el objetivo final es etéreo e indefinido no podemos tener confianza en obtenerlo porque no sabemos lo que queremos.
Un segundo truco que nos ayuda a ganar confianza es creer en la capacidad de mejora y superación que uno tiene. De aquí la importancia de tener un plan de entrenamiento, registrar todas las sesiones y tener las herramientas que nos permiten monitorizar el progreso. Sin ninguna duda que ayuda al desarrollo de la confianza ver que los datos de potencia, de ritmo o de velocidad son cada vez superiores y uno afrenta la competición objetivo de otra manera.
Finalmente, un tercer truco es practicar el error. Si uno siempre tiene un margen de confianza grande entre lo que cree y lo que es posible, nunca va a saber si está dándolo todo y siempre tendrá dudas de si ofrece su mejor versión. En cambio, si uno busca el error significa que supera el límite y lo sitúa en un espacio que en el futuro será reconocible. Por tanto, tendrá la confianza de saber que ya ha estado allí y el conocimiento que es un lugar en el que no salen dragones y culebras. Simplemente tendrá que tomar las decisiones oportunas para corregir la situación.